sábado, 18 de diciembre de 2010

Pasajeros

“Oh, the passenger
He rides and he rides
He sees things from under glass
He looks through his window’s eye
He sees the things he knows are his”
The Passenger, versión de The Jolly Boys


Terry Pratchett dice que sólo hay un puñado de personas en el mundo, y que éstas se van repitiendo más o menos. Tal vez eso explique por qué a menudo podemos clasificar a la gente en distintas categorías, como ya hizo el mostrenco Sydmus en su anterior entrada.

Pues bien, hoy, yo, Un tipo con boina, acometo una no menos difícil tarea: traerles una lista de los distintos tipos de pasajeros con los que se pueden encontrar si se enfrentan a la misión suicida de coger un tren de cercanías:


- El Acaparador: Todos lo conocen, tal vez incluso pertenezcan a su pérfida alianza. Son esos pasajeros que no sólo ocupan su asiento, sino que desperdigan todas sus pertenencias por los asientos que le rodean. La mochila, el bolso, una pila de periódicos, una escopeta recortada… Todo esto no tendría importancia si el vagón estuviese semivacío, pero es que estos individuos no se inmutan ante nada. Si el vagón está lleno, no quitarán sus bártulos hasta que no les digas un “si me permites…”, que, en realidad, quiere decir “quita tus mierdas del asiento para que pueda sentarme yo, hideputa”. Eso sí, mientras desmontan su campamento, te dedicarán una mirada de odio fulminante.


“Que sí, que ya quito las cosas…”


- Las Pregoneras: Generalmente son féminas con problemas de sobrepeso, que no tienen otra cosa que hacer que contar sus intimidades a voz en grito, no sea que haya algún pasajero que no se entere de que la Yoli tiene un quiste en el ovario izquierdo. Se las considera extremadamente peligrosas, si se las encuentran, no intenten subir el volumen de sus iPods: ES INÚTIL. Lo mejor es que se cambien de vagón, o, en su defecto, rompan el cristal y se tiren por la ventana.


- El Abuelete Interesante: Este entrañable personaje es querido por todos. Generalmente se trata de un señor que se sienta a tu lado mientras estás estudiando y te saluda con “buenos días, mozo”. Tú le miras, le registras rápidamente con la mirada para ver si lleva algún arma oculta, y, cuando ves que es inofensivo, le dices “buenas”, mientras sigues con lo tuyo. A los pocos minutos, te dice “qué, ¿cogiendo el tren?”. Tras unos segundos de silencio, le dices “sí”. A partir de ahí, el señor coge carrerilla y te empieza a contar su vida. ¡Pero cuidado! Resulta que el señor es una mina de anécdotas y ha tenido una vida muy interesante. Lo mismo te cuenta que emigró a Alemania durante el franquismo, donde llevó una vida de justiciero enmascarado, que te relata aquella vez que luchó contra los comunistas nazis1 durante la Segunda Guerra Mundial. Total, que cuando el señor se baja, te despides de él con lágrimas en los ojos y con la sensación de ser un poco más sabio que al principio del viaje. Luego te das cuenta de que, con la tontería, no has estudiado NADA, y maldices al señor, a los comunistas nazis y a la madre que los parió.

- El Abuelete Aburrido: Podríamos considerarlo la versión de la Zona Negativa del Abuelete Interesante. A primera vista es indistinguible del primero. Cuando te saluda con un “buenos días, mozo”, sonríes, pensando en que se avecina una experiencia enriquecedora. Pero, ¡oh, cruel destino! La anécdota más interesante que tiene que contar es la de aquella vez que creyó que había perdido las pantuflas2. Intentas zafarte, pero no hay escapatoria, y, cuando tienes el cerebro a punto de ebullición, se baja. Pero cuando crees que por fin vas a poder estudiar… se sube otro señor que te saluda con un “buenos días, mozo”.

- El Furibundo: Un día normal. Se suben ustedes al tren. Se sientan, sacan su libro, revista, o lo que sea, y se ponen a leer. Se les sienta justo delante un señor, generalmente trajeado, y oyen cómo chasquea la lengua. No le prestan atención. Al poco tiempo, otro chasquido.  Levantan la vista, y ahí lo tienen. El vivo retrato del odio. Si le miran a los ojos, verán cómo, desde el fondo de sus pupilas, el mismísimo Satán les devuelve la mirada. Ustedes no saben por qué el señor le mira así (¿será por lo que están leyendo? ¿Qué tiene de malo Cómo cocinar niños en su propia salsa?), pero les entra el acojone. Temen que en cualquier momento vaya a saltar y a estrangularles. Sin embargo, llega la siguiente parada, y el señor se va con el odio a otra parte. Eso sí, el mal cuerpo que se les ha quedado no se lo quita nadie.


Retrato robot del Furibundo medio


- El señor Murmullos: Se pasa todo el viaje murmurando cosas como “mhrrrrm… mhrrrrm… quenopaseelrevisorestoyhartodetodoquesejodanmanodemilenioygamba". Como huele a borracho que tira de espald... desprende un ligero aroma a alcohol, sabes que no es más que un borracho (con suerte) inofensivo, y, aunque dan ganas de cambiarse de asiento, no lo haces, no sea que tenga una reacción violenta y te acabe manchando de whisky3.

- El Inalámbrico: Llamado así porque se ve que le molesta llevar cables colgando, y por eso es INCAPAZ de usar auriculares cuando se pone nuestra música. Y digo nuestra porque el individuo la pone a todo volumen para que todo el vagón se horrorice con sus ínclitos gustos musicales. Porque no, amigos, esta clase de individuos no gusta de escuchar a los Rolling, Bruce Springsteen, Johnny Cash, o ni tan siquiera a Los Chichos. No, a ellos lo que les gusta es la música de discoteca, con sus pachumba-chumba y sus panpanamericano, pin paun, pin paun, pinpin pinpin pinpaun, por lo que el viaje en tren se convierte en un auténtico suplicio durante el que no dejas de desear que se le siente al lado una jauría de Pregoneras.

- El Malhuele: Quedan aún cinco minutos para llegar a la próxima parada, pero ya hay indicios de su llegada: los niños lloran, el aire se vuelve más denso, las flores que lleva el chico del asiento de enfrente para su novia se marchitan… En la próxima parada acecha Sudorlyathotep, El Caos Que Transpira. Una criatura surgida de las más abisales profundidades del vertedero, que disfruta revolcándose en azufre antes de subir al tren. Un ser del que hasta los perros mojados huyen aterrorizados ante la peste que emana. Y, ¿adivinan dónde se sienta? Efectivamente. En el asiento de al lado.

- Les Enfants Terribles: Notas un pitido en los oídos. ¿Habrá alguien hablando mal de ti? ¿Un cambio de presión, tal vez? No. Es el sentido arácnido, avisando de una amenaza inminente. Mientras te preguntas qué será, oyes unos berridos. ¡Ajá! ¡Eso era! ¡Hay gente en apuros! Sin embargo, se abren las puertas, y te das cuenta de que el único que está en apuros eres tú: ha subido una manada de niños que no hacen más que gritar, saltar de asiento en asiento y dar patadas a los indefensos viajeros, que sufren en silencio y con una sonrisa forzada las travesuras de los pequeñuelos ante los reproches de sus padres, todos del estilo “ay, no hagas eso, que eso no se hace”, “deja la pierna protésica de ese señor, que no es tuya” o “devuélvele el bastón a ese señor ciego, y deja de darle patadas en el estómago a su perro lazarillo”.


Herodes, ¿por qué nos abandonaste?


- La Nenuco: Las leyendas dicen que forma parte de una dualidad junto al Malhuele, y que, el día que coincidan en el mismo vagón, se fundirán y nacerá un ser de luz que no emanará ninguna clase de olor en absoluto. Sin embargo, hasta que eso pase, tendremos que seguir aguantando a esas señoras que están envueltas en un halo de penetrante perfume, de ése que se te mete por la nariz y no para hasta llegar al cerebro, provocarte un cortocircuito neuronal y hacerte perder el conocimiento. Abrigo de pieles opcional.

- El Expectorante: Se rumorea que, en realidad, es uno de los Jinetes del Apocalipsis, en concreto, Pestilencia. No es que tosa, no. Es que parece que vaya a expulsar los pulmones por la boca. Si, encima, el Abuelete Interesante y él coinciden en el espacio-tiempo, cada nuevo estallido de gérmenes del Expectorante será respondido con un “¡NOS ATACAN! ¡CUERPO A TIERRA!” del primero, dando lugar a una situación tan cómica como incómoda.

- La Sombra: ¿Quién sabe qué mal acecha en los corazones de los pasajeros de la Renfe? ¡La Sombra lo sabe! Este personaje sube al tren, con la cara cubierta por una larga bufanda y con sombrero, ve el vagón vacío, mira de un lado a otro, te ve, y se sienta justo a tu lado. Estando todo el vagón vacío. Pues no, tiene que sentarse a tu lado. Te preguntas por qué, por qué ha escogido sentarse justo a tu lado cuando hay tanto sitio libre, qué has hecho tú, y si será algún policía de paisano esperando a que confieses bajo presión.


La Sombra sube. ¡JOARJAJARAJAOARARAJAOAJRAOA!


Al principio, intentas ignorarle, seguir a lo tuyo. Pero al final, no puedes resistirlo más y acabas confesándolo todo, desde aquel clip que robaste hasta lo del asesinato múltiple. Pero La Sombra te mira, perpleja, se quita la bufanda y el sombrero y resulta ser uno de tus compañeros de clase, que a partir de ese día ya no te dirige la palabra. Mejor, porque en realidad nunca te cayó bien.



“¡Soy yo, Pascasio! ¡El de clase!”



Y ustedes se preguntarán “¿Qué clase de viajeros son ustedes, cacho Mostrencos?”, no sin razón. Bueno, no puedo hablar por Sydmus, pero reconozco que puedo ser algo Acaparador (precisamente para evitar que los Malhueles me azoten), ¡pero cuando el vagón comienza a llenarse despejo el tinglado! ¡Y sin mirada de odio! Y, dado el frío que hace, visto como una Sombra. Una Sombra con boina.

Y, ya que están ustedes aquí, aprovecho para recomendarles que se pasen por nuestra cuenta de Twitter, la página de Facebook, y que se suscriban al feed. Ya, ya sé que andan muy ocupados escribiendo los comentarios que, sin duda, inundarán esta y las siguientes entradas, pero no les cuesta nada, y al amigo Sydmus y a mí nos dan una alegría, que somos HAMOR.


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[1] Que son como los nazis comunistas, pero con sutiles diferencias.
[2] Al final se las había dejado debajo de la cama.
[3] O de güisqui.