domingo, 20 de febrero de 2011

El tren que cruzó el puente sobre el río Kwai

En medio de la Segunda Guerra Mundial (o Guerra Mundial 2: El retorno), un comando de valientes soldados ingleses tuvo la, vista ahora, no demasiada brillante idea de dejarse capturar por un escuadrón japonés que les llevó a una localización paradisíaca de esas para construir un puente que cruzara el río Kwai.
Que lo llamaban río por parecer más épicos, porque los nativos de la zona se referían a él como “riachuelo”, cuando no “charca”.
Y los ingleses, que siempre han estado más para allá que para acá (porque ¿qué se puede esperar del país de Hugh Grant?), pues aceptaron complacientemente y construyeron un puente de resistencia superior, fabricado con materiales 100% naturales y biodegradables, que les valió la ISO 14000 y hasta el AENOR, que ríase usted del puente de Despeñaperros. Vamos, que el puente sobre el riachuelo Kwai era la caña, señores.

En estas estamos, cuando un grupo de valientes soldados decide que el puente este majestuoso es una leche, y es mejor volarlo por los aires.
De modo que un valiente escuadrón compuesto por dos ingleses, que a nadie le importan, y un americano, que es todavía más genial que el puente, deciden hacer una incursión en la zona paradisíaca para volarlo.
Y el escuadrón de valientes se queda tan entretenido con las nativas del lugar y otras maravillas (tales como las palmeritas y los arbolitos y la naturaleza), que su misión se retrasa y llegan al puente majestuoso justo la noche anterior a que un revolucionario tren japonés lo cruce. Y, claro, no pueden permitir que los japoneses ganen la carrera ferroviaria. Como si no tuvieran suficiente con los rusos y su incipiente programa espacial, vamos.

Total, que este escuadrón de valientes, y las nativas despelotadas que, por alguna razón, se han llevado consigo, decide volar el puente a toda velocidad.
Pero, claro, las aguas del riachuelo Kwai apenas si pueden esconderles cuando van a poner las cargas explosivas en los pilares, y en estas que el valiente capitán inglés, el que estaba como una chota, les divisa y buena la hemos armado.
Envalentonado, este buen hombre baja del puente para cantar las cuarenta al grupo de soldados, que si a ver quienes se han creído, que si van a volar el puente, que si ahora el trayecto ferroviario hacia Tokio no va a ser tan directo y van a tener que desviarlo, que si qué va a pasar con toda esas horas de recorrido extra…
Y, claro, el estoico americano responde con la dureza de la realidad, indicando al chotero que el puente estaba construido con cañas de bambú pegadas con chicle masticado y ese material, en cualquier caso, puede no resultar del todo fiable.
Ah, claro, contestó enojado el otro, como si las cuatro torres de Madrid no se hubieran construido así, ¿no? Vamos, no jodas.

En estas que estaban todos discutiendo con ferocidad, alevosía y una taza de te a mano (porque son rudos, pero no son incivilizados, leches), cuando una exhalación sacudió los cimientos del puente sobre la charca Kwai, a más de 300 km por hora.
El inglés y el americano se miraron con desconcierto y se preguntaron qué había sido aquello.
El veloz transporte que había hecho temblar los cimientos de la construcción estaba conducido por Julian Parrazartungua. Venido de lejanas tierras españolas, Julián era uno de los conductores que guiaban diariamente la línea de metro Tokio-Calasparra, con parada en Holanda, y había encontrado en el puente sobre el riachuelo Kwai, un trayecto mucho más rápido de lo normal.

El inglés y el americano estaban ahora unidos por su odio común contra el ayuntamiento de Calasparra y su política de construcción ferroviaria, que le había llevado ya a tener un metro con 67 líneas que incluía paradas en Los Ángeles, Brasil, Johannesburgo y Sydney, todas ellas situadas fuera del municipio (lo cual, decían algunos inconscientes, iba en contra del concepto de metro y Cercanías, pero qué sabrían ellos).
Con un puñetazo en la mesa, ambos sentenciaron que eso debía terminar, y decidieron aliarse para volar el puente sobre el río Kwai.

Meses después, el ayuntamiento de Calasparra contrató a una compañía patria para que reconstruyera el puente tan velozmente como fuera posible. 60 años después, cuando solo faltaban dos tablones de madera por poner, la burbuja inmobiliaria hizo quebrar la empresa y el puente sobre el río Kwai quedó abandonado.
Calasparra perdió la carrera ferroviaria y fue adelantada por sus ayuntamientos vecinos y hasta alguno de otra provincia.